jueves, junio 29, 2006

FARDO

Las calles centelleaban de una forma extraña, los charcos de agua reflejaban una y mil veces las luces de las lámparas de la calle y los focos de las casas, la gente corría para evitar que las gruesas gotas de agua empaparan sus cansados cuerpos después de un duro día de trabajo; lo menos que se quiere es llegar a casa como sopa.

Todos tenían a donde llegar, un lugar en donde guarecerse. La calle quedó vacía en unos instantes, cuando de pronto, una figura encorvada que parecía escapar de algo o de alguien apareció al final de la calle, su respiración agitada se escuchaba con un raro eco que se combinaba con el ruido de las gotas de la lluvia que golpeaban los charcos, el asfalto y el concreto de las calles.

Su rostro descompuesto reflejaba un gran terror; ni él mismo sabía cuanto tiempo había durado ese andar apresurado; en este instante la lluvia lo acompañaba, pero en otras ocasiones el calor sofocante que le impedía respirar era el elemento cotidiano que lo escoltaba en su loca e interminable carrera.

Se sentía constantemente perseguido, acosado, su único objetivo era escapar; ¿de qué?, ni el mismo lo sabia, en esa calle centelleante y por lapsos obscura las sombras se sucedían una tras otra, trataba de cerrar sus ojos para no verlas, detenerse, pero cómo interrumpir su andar, si necesitaba seguir, continuar en ese frenesí en donde solamente deseaba huir por el miedo que lo invadía.

Los andrajos que lo vestían estaban completamente empapados, pero a él sólo le interesaba proteger debajo de sus brazos su única pertenencia, su único tesoro que le daba un poco de sentido a su absurda existencia. Era muñeco desmembrado y roto, tal vez en sus mejores días brindó un poco de calor y tranquilidad a su dueño, que decidió en un instante deshacerse de él, ahora era el motivo por el cual aquel infeliz encontraba un aliciente para seguir.

La lluvia disminuyó un poco, pero él continuaba desesperado apretando con una fuerza increíble a ese fardo maloliente. Logro escapar de las calles de asfalto, ahora su loca carrera la dirigían las vías abandonadas de la vieja línea del ferrocarril que un buen día interrumpió su paso por ese lugar que ahora estaba desolado; solamente enormes construcciones se dibujaban en el negro horizonte, no recordaba si ya había pasado por ese lugar, pero se sintió un poco aliviado ya que hasta el momento no había encontrado a ningún rostro que lo viera con asco.

De pronto su andar fue interrumpido bruscamente, su cuerpo flaco y apestoso se desplomó al vacío, una enorme zanja se abría cruel frente a él haciéndolo caer, su caída parecía interminable, los ruidos se apagaron solamente advertía como las gotas de lluvia viajaban a gran velocidad al caer en sus ojos desmesuradamente abiertos por el miedo de lo inesperado, las gotas parecían empujarlo más y más hacia abajo impidiendo que tomara su vertical.

El golpe sonó irreal, hueco, a pesar de que la zanja estaba ya inundada por la lluvia no sintió que su golpe fuera amortiguado, creyó ahogarse pues el lodo comenzaba a avanzar en su boca hacia su garganta y a sus pulmones; quiso levantarse tan rápido como pudo pero un intenso dolor se apoderó de él y un grito desgarrador salio de su garganta retumbando en los alrededores, en ese momento angustiante no sabia en que posición se encontraba, sentía su rodilla clavada en su estómago y el codo incrustado en su costado, por un instante sus ojos se abrieron más de la cuenta. La sorpresa fue infinita cuando se dio cuenta que su preciado fardo ya no se encontraba en sus manos.

Emitió un grito infrahumano, el dolor anterior no significaba nada ahora que su única pertenencia había desaparecido, intentó dar una leve voltereta para buscar ese pedazo de trapo; su desesperación era tal que sus alaridos, que intentaban pronunciar algo parecido a un nombre, llamaron la atención de una bandada de perros que al sentir la invasión de su territorio lo rodearon para alejarlo.

Los ladridos lo aturdían de manera bestial, sentía deseos de levantarse y pelear contra esos seres famélicos que lo atosigaban, a la luz de un relámpago percibió sus afilados y babeantes colmillos que clamaban clavarse en su piel, la jeta descompuesta de esas bestias por la furia lo enloquecían, la rabia se había apoderado de él, cuando de pronto al tratar de buscar algo para luchar contra sus enemigos su mano tropezó con algo inesperado.

Si, se trataba de su fardo, el mundo y el tiempo se detuvieron nuevamente, su respiración se torno lenta, su mano recorrió lo más lento posible el contorno de esa forma con la que había tropezado para confirmar que era verdad, en efecto era su preciada pertenencia que llegó a sus manos quien sabe en qué momento para acompañarlo en su loca carrera por la calles de esta gigantesca ciudad

Las bestias al perecer se habían alejado, al no obtener ninguna respuesta decidieron partir y dejar a esa figura descompuesta dentro de esa enorme zanja, que ahora solamente se dedicaba a acariciar con su mano a ese harapo que lo hacía tan feliz, que lo hacía olvidar todo, ni el dolor de su brazo y pierna rotos por la caída lo hacían reaccionar.

Enclavado en ese hoyanco de fango y mugre, el agua comenzó subir cada vez más, por alguna extraña razón había decidido no luchar más, el ansia por escapar lo había abandonado, su cuerpo estaba aún con vida pero él ya no sentía ni el frío ni el dolor, otro rallo callo desde las alturas iluminando esa absurda escena donde ese extraño ser se conformaba acariciando a ese fardo lodoso.

De nuevo un rallo iluminó el horizonte y las gigantescas siluetas de las construcciones lucieron fantasmales, como guardianes de ese ser que comenzaba a dejar este mundo, sus ojos se abrieron una vez más, solamente para ver que la lluvia no cesaba, que seguía cayendo en su rostro que comenzaba a ser cubierto por el agua, los cerró y expiró.

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